XABIER ANDONEGI MENDIZABAL SOCIAL BIKARIOA

DONOSTIA

REVISTA LOS RÍOS - ALDIZKARIA

El principio de totalidad. Una eclesiología integral 

¿Ha de mantenerse una reflexión específica sobre el laico o hay que caminar en la línea de una "teología integral" basada en los dos grandes ejes de la eclesiología del Concilio, la noción de Pueblo de Dios y la de sacramento para el mundo? 

La expresión "eclesiología integral" procede del P. Congar, y quiere señalar el camino que hoy debe sustituir a la anterior eclesiología del laicado. Eclesiología integral es aquella en la que el laicado aparece en síntesis con todos los elementos centrales de la visión de la Iglesia: Pueblo de Dios, comunión de comunidades, sacramento para el mundo, ámbito de los carismas del Espíritu. 

Se trata de una eclesiología trinitaria, fundada en la comunión del Espíritu Santo, mediante el cual todos son solidariamente responsables y copartícipes en la construcción de la Iglesia por la Palabra, los Sacramentos y la Caridad. En esta visión nacida del Concilio Vaticano II, el pueblo de Dios ya no es clasificado en los "dos géneros de cristianos"; los laicos no son considerados como los corderos que se "bendicen y se esquilan"; su espiritualidad no se comprende como una reducción de la del clero, que era a su vez una reducción de la de los monjes. Ellos son la Iglesia, forman parte del único "pueblo unido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu" (LG 4). (...)

La Navidad vista desde Cáritas

Xabier Andonegi Mendizabal - Consiliario

Abendua / Diciembre 2021

Vivir la Navidad desde la perspectiva del satisfecho, del poderoso, del sano, del libre digamos que es como, "ir de sobrado". La Navidad en cristiano es otra cosa, y cualquiera puede entenderlo aunque no lo sea. Los primeros que debemos vivir Navidad, en serio, claro está, somos los propios cristianos, en el sentido de que, debemos renacer (nacer de nuevo) a los fundamentos y valores del evangelio de Jesús, el Dios-con-nosotros (Emmanuel) todos los días.

En Caritas los cristianos tenemos un observatorio único que, a la vez que nos adentra a un mundo duro, difícil, reflejo de lo que es triste y feo en nuestras vidas ordinarias, también nos muestra la solidaridad y el empeño de muchas gentes buenas. Es como un espejo de nuestro vivir en un mundo doliente (encarcelados, pobres, vulnerables, drogadictos, enfermos mentales, ancianos frágiles...) y que fatiga a cualquiera, junto a tantas organizaciones, servicios públicos y entidades religiosas y laicas empeñadas en dar lo mejor de nosotros mismos que nos llena de alegría.

En este sentido os propongo un camino para vivir esta Navidad con un significado profundo. Lo primero de todo es, romper fronteras entre lo nuestro y lo de los demás, romper trincheras entre los de aquí y los de allí y defender la común dignidad de todo ser humano y la fraternidad consecuente, el bien común. Debemos ser los primeros en colaborar en la solución de los grandes y graves retos de la humanidad (el hambre, la pobreza, las diferencias que generamos, los desencuentros religiosos y culturales...).

Lo segundo es, manifestar, que queremos acompañar y sanar a quienes sufren y son víctimas de esta sociedad que a tanta gente margina y mata. En esto consiste básicamente ser Iglesia en salida, según el papa Francisco. Nuestro empeño debe centrarse en defender e incluir a los seres humanos que la sociedad desecha y descarta Y, simultáneamente, proponer estilos de vida alternativos a esta sociedad inhumana. Si hacemos práctica continua esta tarea, nos llevará seguro a ser un pueblo nuevo.

Ahora bien. Esto conlleva un precio, pues cuestiona el estilo de vida impuesto por la sociedad consumista: el precio de entender que el tiempo del ser humano y del mundo es limitado, como limitados son sus recursos, de ahí que haya que cuidarlos; el precio de comprender que la sostenibilidad de nuestra vida exige que nos hermanemos con la naturaleza, a la que tutelamos; el precio de entender que hay noche y día, días festivos y laborables y que trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar (el día festivo no es un día de descanso, de puesta a punto de la máquina para volver al trabajo, sino más bien al contrario: el día festivo es el que da sentido al trabajo), de ahí la necesidad de una vida sobria y austera; el precio de comprender que el mundo es de todos y todas, que las respuestas han de ser globales porque las preguntas también lo son.

De esta doble tarea de defender e incluir a quienes la sociedad desecha y descarta y, simultáneamente, proponer estilos de vida alternativos a esta sociedad, viene el tercer reto: ayudar a recuperar una verdadera conciencia humanitaria, compasiva y misericordiosa ante tanto drama humano y social que encontramos. Solamente así ayudaremos al mundo a tomar conciencia de que la cuestión decisiva hoy es la supresión del sufrimiento humano, tal y como hizo Jesús en su vida. Y esta tarea no es exclusiva de creyentes sino que requiere la colaboración de todos.

Por eso mismo, nos atrevemos a proponer a todos la Navidad, como práctica del gran principio cristiano que afirma que, lo más importante de todo es la Caridad, el Amor desinteresado (Deus caritas est). Solo actuando y manifestándonos así asumiremos realmente este reto y estableceremos el principio de vida que recibimos con estas fiestas: la caridad es la condición de toda verdad. Eso evitará que nos instalemos en el reino de la abstracción y nos mantendremos en referencia constantemente a lo concreto y real de las personas para socorrerlas y ayudarlas en sus procesos sanadores y liberadores.

VIGENCIA DE LA DIGNIDAD HUMANA

Xabier Andonegui Mendizabal

Justizia-Bakea San Sebastián - Noviembre 2021

En la situación actual no siempre aparece con la necesaria claridad el lugar que ocupa la dignidad de la persona en nuestros comportamientos. Vivimos una época de profundas transformaciones. Son transformaciones que afectan a nuestra forma de vivir y relacionarnos cotidianamente, pero también, a nuestros fundamentos vitales. Se podría decir que, este momento, nos exige pensar a fondo por qué vivimos como vivimos, por qué pensamos como pensamos y por qué anhelamos lo que deseamos.

Históricamente, nuestro modo de vida, al menos en Europa, la hemos basado en lo que definimos como dignidad humana que sería la esencia del humanismo que ha guiado a nuestras sociedades. Pero la pregunta es ineludible, ¿está o no está en crisis la dignidad humana y el humanismo mismo en nuestra sociedad?

En términos generales creo que se puede afirmar que, el concepto de dignidad humana o de la persona, al menos en el campo teórico, no ha entrada en crisis pero está en un trance. Puede pensarse hasta en un renacimiento del mismo, según estudiosos como Avishai Margalit (La sociedad decente. Barcelona. Paidos, 2010). Habla de "la sociedad decente" que la define como aquella "cuyas instituciones no humillan a las personas", y lo considera "un objetivo prioritario anterior al de una sociedad justa", siendo más ideal ésta, pero acaso más ilusoria. Peter Bieri (La dignidad humana. Una manera de vivir. Barcelona. Herder, 2017) habla desde la ética, en relación a "una determinada manera de vivir y de obrar" que se concretaría, en "la manera como soy tratado por los otros, en como yo trato a los demás y la manera como yo estoy en relación conmigo mismo". O sea todo un "modelo de pensar, vivir y obrar".

Ahora bien es también cierto que, sobre todo, las innovaciones tecnológicas y, un pensamiento antropológico postmoderno, han alterado grandemente nuestras formas de trabajar, de consumir, de relacionarnos y de comunicarnos, hasta el extremo de replantearnos las bases de nuestro ser y hacer, al menos desde el modelo tradicional.

El proceso de globalización nos conduce a un mundo nuevo, lleno de luces y de sombras, de ambigüedades y nuevas costumbres. Nuestra sociedad crece en pluralidad, fruto de los flujos migratorios y la precariedad de la vida laboral. Entramos en contacto con personas que tienen convicciones muy distintas, diferentes de las nuestras o de nuestra tradición. Es una ocasión buena para interrogarnos, a fondo, sobre el núcleo de los propios valores así como para aprender de lo genuinamente humano que hay en todas ellas. Se trata de hablar sobre nuestra identidad histórica, social, política y espiritual, en el marco en el que nos movemos, Europa, y desde la vida que venimos construyendo, subrayando aquello que José Antonio Marina dice de, entender la historia como "la larga lucha por la dignidad humana".

La dignidad de la persona significa que cada ser humano tiene un valor inherente, no negociable y no alienable, un valor imposible de deshacerse de él sin que el ser humano pierda su cualidad humana. Este valor, igual que todos, es anterior y superior a toda disposición social y a todo lugar o función social como afirma el profesor Jean-Yves Goffi.

No olvidemos que el siglo XX ha sido sobresaliente en el estudio y el desarrollo de lo que llamamos dignidad humana. Desde el humanismo cristiano de Maritain, Mounier, Teilard de Chardin cuya fuente de inspiración es el Evangelio de Jesús, hasta el humanismo existencialista de Sartre y de Heideger, también muy vivo y muy presente entre nosotros, a través de poetas y cantautores conocidos. El humanismo marxista que se nutre de los textos del joven Marx al estilo de Ernest Bloch o Adam Schaff en diálogo con cristianismo de la libertad, tuvo también mucha incidencia. También la psicología humanista de Carl Rogers y Erich Fromm que enamoró a toda una generación.

Todos estos humanismos, por diferentes que sean en sus presupuestos, han defendido y defienden el valor inherente de todo ser humano, su dignidad intrínseca ya sea por razones teológicas, ontológicas o históricas. Se podría decir que las dos tesis que están latentes en la postura humanista de siempre son: el ser humano es el ser más digno que existe en el mundo (primera tesis) y el ser humano es cualitativamente diferente de cualquier otra realidad del mundo (segunda tesis). Esta visión de la persona se concretó de una manera ética y jurídica en la Declaración universal de los derechos humanos del año 1948, en la que se afirma que el ser humano está dotado de una dignidad inherente, es decir, que merece ser respetado por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, por su ser, independiente de sus funciones, circunstancias o estados vitales que pueda sufrir.

Se trata de asumir que el ser humano es un ser capaz de actos libres, que tiene que ser tratado con equidad y al mismo tiempo, tiene el deber de tratar fraternalmente a sus semejantes.

Ahora bien, como decíamos, hoy se nos está exigiendo repensar nuestra visión del ser humano y su centralidad y dignidad, por cuando que, a veces, hemos podido caer en un antropomorfismo excesivo (el propio Papa Francisco ha denunciado el antropomorfista anti-creatural en la encíclica Laudato sii) y, por otra parte, tenemos que afrontar nuevos y novedosos retos (me refiero al reto que nos están planteando ya el transhumanismo y el posthumanismo).

Estas nuevas corrientes, novedosas pero presentes entre nosotros, aprecian al ser humano como un ser que puede y tiene que ser superado, un ser que ya no ocuparía el lugar preeminente que le otorga el humanismo clásico. Las fronteras entre la condición humana y la condición técnica se difuminarían (transhumanismo), así como en la filosofía animalista (posthumanista) las fronteras ontológicas, axiológicas y jurídicas entre la condición humana y la condición animal quedarían reducidas a la mínima expresión. La diferencia entre la criatura humana y la máquina sería accidental (seres biónicos) y la distinción entre el ser humano y el animal sería solo de grado y no de cualidad (animalismo). Son corrientes e ideologías que están emergiendo y poniendo entre paréntesis el humanismo entendido de un modo tradicional. Es algo que nos exige edificar, nuevamente, los argumentos más decisivos que sostienen los derechos y las libertades de las personas.